Eres tú quien está leyendo esta frase ahora mismo. Es tu voz la que suena en tu cabeza mientras dudas en si vale la pena seguir leyendo estas palabras que no parecen decir nada. Pero sientes curiosidad por saber si te llevará a alguna parte, a otro lugar en el que no hayas estado nunca o quizá ya no recuerdes. En definitiva, a no perder el tiempo. Levanta la mirada y observa a tu alrededor. No, de verdad, hazlo. Bien, ahora que te has dado cuenta de que has obedecido a unas letras que brillan en tu pantalla ya estás preparad@ para seguir leyendo...

jueves, 17 de marzo de 2011

Cap. 2: Dentro y fuera


     Desde el interior del bar se oían aplausos. No podía ver lo que pasaba desde el suelo pero era evidente que ahí dentro estaba sucediendo algo que llamaba la atención a los clientes del establecimiento. Aplausos y vítores a un tal Víctor se escuchaban haciéndose cada vez más sonoros. Él se lo estaba perdiendo porque en su pantomima de hombre desmayado se había quedado con la cara mirando al tráfico y no al ventanal que daba al interior del bar. Por eso no sabía que un tipo grandote, de cabellos largos y grasos, barba descuidada, tatuajes carcelarios y con una sudada y roída camiseta con una cara de lobo en medio estaba ejecutando un ritual de prestidigitación que había realizado en innumerables ocasiones para el regocijo del personal que le acompañaba.

     Apoyado sobre una vieja mesa de billar, durante el descanso entre una partida que una banda de moteros estaban jugando, el tal Víctor se había metido la bola número 8 totalmente en su boca. Si de por sí ya resultaba llamativa la escena, a continuación se tragó la bola haciéndola deslizar por su garganta. El espectáculo visual era muy llamativo. Un bulto enorme aparecía en medio de su cuello y se movía arriba y abajo según le ordenaba el enfurecido público. Si un feriante hubiera visto su actuación le habría camelado para llevarlo a su circo sin dudarlo.

     Entre aplausos de sus colegas moteros y del resto de espectadores del bar, Víctor se sacó la bola 8 de la boca y realizó una reverencia a los presentes. Uno de ellos gritó, “Eso está muy visto. ¡Ahora hazlo con la blanca!”, a lo que el improvisado artista contestó: “Tú ya sabes por donde te puedes meter la blanca”. Pero finalmente, ante la algarabía de sus compañeros de Harley decidió acceder a la petición.

     Él seguía en medio de la calle con un sordo e intenso dolor de cabeza al que ahora se le sumaban la vergüenza de ser ignorado por la gente del bar e incluso por los transeúntes. Viendo que nadie había reparado en su teatral desmayo giró la cabeza justo en el momento que el motero echaba la cabeza para atrás para repetir el truco con la bola blanca.

     Primero la engulló y después empezó a hacerla bajar por su garganta. Todos empezaron a aplaudir y uno de ellos sacó su móvil para grabar un video para testimoniar aquella habilidad tan circense. Pero cuando la bola empezó su camino de regreso a la boca se quedó atascada. Víctor empezó a empujar con su tráquea todo lo que pudo, pero estaba claro que ni podía expulsar la bola, ni podría aguantar mucho más tiempo con ella en la boca. Empezó a ponerse azul y los espectadores dejaron de aplaudir. Uno de ellos se acercó hasta él y abrió una navaja automática. Pidió ayuda a otros dos moteros para que sujetaran a Víctor que ya estaba sufriendo los efectos de la hipoxia. Su colega le hizo un corte en el cuello a modo de improvisada traqueotomía, pero el corte fue tan transversal que acabó degollándole. Ahí acabó el espectáculo.

     Para cuando llegaron la policía y una ambulancia Víctor ya era un motero más en el cielo de la autopista 66, con ropa de cuero que emanaba un inconfundible olor a gasolina, sus chicas de tetas enormes y un concierto de ZZ Top en un peligroso local. No había funcionado su plan, pero ante la total falta de atención de los camareros y los clientes de aquel bar nuestro protagonista, y actor ocasional, pudo levantarse y marcharse sin mayores problemas para irse hasta un parque en el que tuvo que poner el culo en una fuente para así quitarse la mierda de perro que había chafado.         

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