Eres tú quien está leyendo esta frase ahora mismo. Es tu voz la que suena en tu cabeza mientras dudas en si vale la pena seguir leyendo estas palabras que no parecen decir nada. Pero sientes curiosidad por saber si te llevará a alguna parte, a otro lugar en el que no hayas estado nunca o quizá ya no recuerdes. En definitiva, a no perder el tiempo. Levanta la mirada y observa a tu alrededor. No, de verdad, hazlo. Bien, ahora que te has dado cuenta de que has obedecido a unas letras que brillan en tu pantalla ya estás preparad@ para seguir leyendo...

jueves, 31 de marzo de 2011

Cap. 5: Termina la vida, empieza la supervivencia


     Dos días después de su etílica epifanía ya tenía preparado el guión que le iba a sacar de la miseria. Si esto fallaba no sabía que más hacer. Lo perdería todo. No tuvo tiempo para detenerse en oscuros pensamientos y se había dedicado a escribir sin parar, poseído por una frenética inspiración susurrada al oído por una musa a la que no le importaba lo más mínimo que no tuviera ni la más mínima idea de escribir un guión de cine. Temió salir a la calle o mantener contacto alguno con el resto del mundo para no frenar la inercia que había logrado. Una vez tecleó FIN, se detuvo unos segundos y se fue hasta el rellano y llamó a la puerta de su vecino como era su costumbre cuando necesitaba algo de él. Al otro lado de la puerta estaba Tomás, un jubilado de 73 años con alzheimer. Sin saberlo, o mejor dicho, sin recordarlo, era el principal proveedor de servicios y bienes de consumo básicos de su parasitario vecino. La indiferente mujer polaca de media edad que cuidaba de él no hablaba nada de español y suponía que eran familiares o amigos. Así que después de dar dos bocados a una rojiza manzana cogió el teléfono de Tomás para iniciar la segunda parte de su plan.

- Hola José María, ¿estás con tus trolls?
- Son las 10. Hace hora y media que he cerrado la tienda.
- Bueno, no importa, llamaba para hacerte una oferta que no podrás rechazar…
- ¿Vas dejarme una cabeza de caballo en mi cama?
- No, escucha. He tenido una idea genial que nos puede hacer ganar mucho dinero. Acabo de escribir el guión de una película.
- ¿Pero tú qué sabes de cine? No es lo mismo estar solo en casa comiendo palomitas en el sofá que ser un cineasta –replicó José María mientras se tocaba su graso y casposo cabello en un tic que no podía evitar. 

     José María era el amigo más antiguo que tenía y pese a sus diferencias de estatura y volumen sus personalidades eran como las dos nalgas de un mismo culo. Eran frikis de cuarenta y tantos que siempre estaban al margen de los demás, bien por voluntad propia o bien por el rechazo que solían encontrar. Pero el uno tenía al otro como muleta en la que apoyarse sin miedo a ser despreciado. A nuestro protagonista no le importaba que José María caminase como quien se ha ensuciado la ropa interior, ni que tuviera la expresión facial de quien la ha olido. Y a José María no le importaba que su colega llevara toda la vida amargado por la angustia existencial de quien cree que el mundo debería arrodillarse ante él pero que en cambio se limita a escupirle en la cara. 

- Tarantino trabajaba en un videoclub antes de hacer Reservoir dogs. Lo importante es el germen, la idea del millón de dólares, y yo he tenido una antes que nadie.
- ¿Estás seguro de ello… O sólo estás colocado?
- Escucha pequeño ingenuo, tengo la idea plasmada en un guión que quiero que leas, porque no será muy académico, pero servirá. El problema es que me falta el apoyo tecnológico y es ahí donde entras tú.
- Pues siento decirte que no tengo una cámara, ni una mesa de edición y montaje, una agenda de actos a los que represento y mi contable me está indicando que es muy probable que no cuente con el dinero suficiente para producir un filme… -respondió sarcásticamente José María mientras aplacaba su prurito capilar.
- Pero tienes un móvil de esos de última generación. Llevas un mes dándome la brasa con lo de video de alta definición, internet y toda esa mierda de megas.
- No estarás hablando en serio…
- ¿Por qué no? Hasta los telediarios ponen todos los días videos borrosos de Youtube…
- Un video de 1 o 2 minutos, vale, pero tú hablas de una película. Un largometraje de cuánto, ¿80, 90, 100 minutos? Una película entera así es imposible.
- No es imposible. Se graban las escenas en planos secuencia y se pegan en el ordenador. Tú has hechos videos con el Movimaker, ¿no? Pues lo mismo pero más largos. Lo bueno de esto es aque aún no lo ha hecho nadie. ¡Imagínate la publicidad gratuita que tendremos por ello! Piensa que todo el cine actual se graba con cámara al hombro, con desenfoques, falsos documentales, personajes fuera de plano y a nadie le importa. Y eso lo podemos hacer con un móvil.
- Vale, imaginemos que tienes razón. ¿De dónde vas a sacar los actores, los decorados, los exteriores…?
- Tenemos una ciudad entera a nuestra disposición, nosotros seremos los protagonistas de un drama social que no requiere efectos especiales. Nada de fantasmas, alienígenas ni putos vampiros –exclamó mientras Tomás parecía preocupado por la excesiva duración de la llamada que luego olvidaría cuando su vecino le anunciase que le iba a regalar un jamón de bellota que había conseguido en una promesa que ninguno recordaría diez minutos después-. Voy a tu casa, te lees el guión y pensamos en como rodaremos. Esto va a ser muy grande ¡señor de las Tinieblas! – dijo haciendo referencia a la pasión de José María por los juegos de rol.
- De acuerdo, ven y veremos si esa locura tiene alguna posibilidad…

     Colgó el teléfono y se despidió de Tomás estirando los brazos para indicar el tamaño del patanegra que le iba a conseguir  y entró radiante en su casa. Abrió la nevera y solo encontró los restos de un cilindro de mortadela que era capaz de moverse por sí solo y el fondo de una litrona de cerveza que dio por buena. Apuró el último trago y súbitamente cayó en la cuenta: “¿Dónde cojones voy a encontrar a una actriz?”.

domingo, 27 de marzo de 2011

Cap. 4: Senderos de escoria


     Llegó hasta su casa con bastante dificultad ya que las calles se empeñaban en balancearse vertiginosamente mientras las miradas de asco y desaprobación que se cruzaba en el camino daban vueltas alrededor de él. Pero con buen ánimo y determinación logró subir los estrechos y desgastados escalones que llevaban hasta la sexta planta del viejo edificio en el que malvivía. La ropa fue cayendo perezosamente por el piso pareciendo preferir una incineradora antes que ir al cesto de la ropa sucia. Apuntó en una hoja, ya usada para garabatear mientras hablaba por teléfono, cuatro palabras clave para el desarrollo de su idea y las enmarcó en un círculo. Las miró durante siete segundos y decidió ordenarlas del uno al cuatro.
  
   “Un libro, voy a escribir un best seller”, se dijo mientras reposaba en la taza del retrete. En el trono no dejaba de pensar en las grandes posibilidades de la idea que había tenido en su deliro del parque. Recordó que había leído en un suplemento dominical que J. K. Rowling vivía a solas con su hija en un ático, con el dinero que le habían prestado unos amigos, mientras escribía su primer volumen de Harry Potter. Y ahora su fortuna era mayor que la de la mismísima reina de Inglaterra. Y todo por una gran idea. Gracias a saber aprovechar un momento de inspiración y no dejar pasar la oportunidad de su vida. “¡Voy a hacer lo mismo que ése tío!”, pensó equivocadamente. El plan era sencillo: gastar lo poco que le quedaba en comprar algo de comida, alcohol, costo, marihuana, desempolvar la vieja Olivetti studio 45 y darle a la tecla al son de Wagner hasta plasmar, de un tirón, el relato que cambiaría su vida. Y el de millones de personas…

     Hizo las compras necesarias y decidió empezar por liarse un porrito de chocolate hundido en el sofá mientras la carga de las valquirias tronaba desde un equipo de sonido que debía haber sido ecualizado por un sordomudo. La primera frase iba a ser fundamental. Necesitaba algo con fuerza, que llamara la atención, que tuviera gancho, que adelantara la grandiosidad que el lector iba a encontrar a continuación… Pero no dio con nada. Sólo se le ocurrían cosas que había leído en otrosautores. Solo tenía el título, un poco sutil homenaje a Stanley Kubrick, Senderos de escoria. Y conforme pasaban las horas, más dudas afloraban sobre la viabilidad de su plan: ¿Acaso seré capaz de escribir 400 hojas? ¿Qué editorial se interesará por esto? ¿Cómo conseguiré publicidad de ello? ¿Todavía hay alguien que lea algo en papel en la era de internet?

     Derrotado por las dudas se dejó caer de nuevo en el sofá y ahogó sus penas en brandy. No es que le gustara el aguardiente casero con un 60 por ciento de etanol, pero estaba convencido de que mantenía despierta la parte creativa del cerebro literario. En medio de un estado de pasmosa desesperación dio con un nuevo plan. En realidad era más bien un remiendo del primer plan, pero de inmediato elevó su ánimo. No sería un libro, estamos en el siglo XXI, la era audiovisual, será una película dijo para sí mismo en su frenética (in)consciencia. Una película revolucionaria…

     … El primer filme rodado, íntegramente, con un teléfono móvil. Y se puso a escribir.



lunes, 21 de marzo de 2011

Cap. 3: La realidad es una ilusión creada por la falta de alcohol


     Sentado al sol en un banco del parque se dio cuenta de que había llegado el momento de tomar una decisión crítica que cambiaría su vida, o lo que quedaba de ella. Inspeccionó su caótico aspecto y comprobó que llevaba unos zapatos de una tonalidad ligeramente diferente, el izquierdo de un marrón más oscuro, unos calcetines llenos de bolitas, unos pantalones chinos caqui pasados de moda y con la raya torcida, una camisa arrugada que nunca conoció un buen planchado, una chaqueta de pana marrón roída por un uso más que excesivo, la barba de un náufrago que ha perdido toda esperanza de ser encontrado, unas gafas de pasta que hacía mucho tiempo que habían sido cool, luego demodé, más tarde kitsch, hace poco eran de gafapasta y en la actualidad, simplemente descatalogadas. Incluso en su estado semicomatoso de borrachuzo-lengua-de-trapo-con-resaca-en-camino le resultaba evidente que nunca tuvo opción ninguna a aquel trabajo. Ni él mismo se lo hubiera dado a un tipo tan deprimente.

     Pero él había nacido para el trabajo, era el destino el que había conspirado para que aquella condenada entrevista hubiera llegado en tan mal momento. Y además estaba el sudor. Aquellos sudores fríos en la sala de espera con el resto de cobayas que ansiaban un trabajo como aquel. Todos más jóvenes, todos mirándole, todos con sus maletines de ejecutivo y todos tan a gusto a pesar de que no funcionaba el aire acondicionado. Dinero, autonomía y gente a tu cargo, era perfecto, pero además era necesario. Llevaba una vida en la que los ingresos más que escasos eran sablazos a familiares y amigos que no habían sido capaces de intuir que su dinero iniciaba un viaje de ida del que nunca iba a regresar. No atravesaba una mala racha, era la peor racha conocida por ningún ser humano, más o menos erguido. Debía casi cinco meses de hipoteca y el desahucio planeaba sobre él. Los buitres del banco se iban a quedar con su casa cuando todavía le quedaban dos tercios por pagar. Ladrones. Antes le pegaba fuego. Si tan sólo tuviera para gasolina... 

     Tenía que dar con un plan. Un buen plan, nada de chapuzas o de apaños. No tenía nada que perder así que podía arriesgarlo todo. Ni un paso atrás, carpe diem, ahora es tu momento, sé tú mismo, una serie de topicazos que no sirve más que para que un publicista justificara su evidente falta de talento a la hora de vender la última maravilla conocida por el hombre. ¿Qué demonios estaba diciendo? Estaba divagando. Pensar era muy costoso para su cansado cerebro. Sus neuronas se debatían entre dar con una respuesta coherente o evitar orinarse encima. así quizá se le fuera el olor a eau du chien grotesque. Pero se rindió. No había nada que hacer así que se tumbó bajo un árbol del parque y decidió que si no era capaz de dar con una solución esperaría a que la solución diera con él. Y en su etílica duermevela comenzó a pergeñar una idea.

     Dicen que lo primero que hizo Dalí al llegar a Nueva York fue romper un escaparate de un ladrillazo. Fue su manera de llamar la atención para que se fijaran en el gran artista surrealista que era. Su pie en la puerta cual comercial de venta de enciclopedias. Debía confiar mucho en sí mismo para pensar que a continuación le iban a prestar atención. Apretó los ojos y frunció el ceño: ¿Pero cuál es mi escaparate? ¿Cuál es mi piedra? ¿A quién le voy a abrir la cabeza? 

     Creyó hallar una respuesta pero se escurrió entre su frágil sesera. Se concentró todo lo que pudo para retomar el hilo y unas gotas de orina empezaron a humedecer su entrepierna. No le importó, aquella respuesta podía ser la respuesta a todos sus problemas. Apretó sus manos contra sus sienes y exprimió aún más su cabeza mientras sus esfínteres se desahogaban a rienda suelta. Estaba tan cerca que casi podía tocar esa idea. Y así de repente llegó hasta ella. ¡Eureka! -gritó, consciente de su proeza.
¡Mierda! -murmuró, al darse cuenta de que quizá era demasiado tarde para limpiarse y cumplir con ella.

      

jueves, 17 de marzo de 2011

Cap. 2: Dentro y fuera


     Desde el interior del bar se oían aplausos. No podía ver lo que pasaba desde el suelo pero era evidente que ahí dentro estaba sucediendo algo que llamaba la atención a los clientes del establecimiento. Aplausos y vítores a un tal Víctor se escuchaban haciéndose cada vez más sonoros. Él se lo estaba perdiendo porque en su pantomima de hombre desmayado se había quedado con la cara mirando al tráfico y no al ventanal que daba al interior del bar. Por eso no sabía que un tipo grandote, de cabellos largos y grasos, barba descuidada, tatuajes carcelarios y con una sudada y roída camiseta con una cara de lobo en medio estaba ejecutando un ritual de prestidigitación que había realizado en innumerables ocasiones para el regocijo del personal que le acompañaba.

     Apoyado sobre una vieja mesa de billar, durante el descanso entre una partida que una banda de moteros estaban jugando, el tal Víctor se había metido la bola número 8 totalmente en su boca. Si de por sí ya resultaba llamativa la escena, a continuación se tragó la bola haciéndola deslizar por su garganta. El espectáculo visual era muy llamativo. Un bulto enorme aparecía en medio de su cuello y se movía arriba y abajo según le ordenaba el enfurecido público. Si un feriante hubiera visto su actuación le habría camelado para llevarlo a su circo sin dudarlo.

     Entre aplausos de sus colegas moteros y del resto de espectadores del bar, Víctor se sacó la bola 8 de la boca y realizó una reverencia a los presentes. Uno de ellos gritó, “Eso está muy visto. ¡Ahora hazlo con la blanca!”, a lo que el improvisado artista contestó: “Tú ya sabes por donde te puedes meter la blanca”. Pero finalmente, ante la algarabía de sus compañeros de Harley decidió acceder a la petición.

     Él seguía en medio de la calle con un sordo e intenso dolor de cabeza al que ahora se le sumaban la vergüenza de ser ignorado por la gente del bar e incluso por los transeúntes. Viendo que nadie había reparado en su teatral desmayo giró la cabeza justo en el momento que el motero echaba la cabeza para atrás para repetir el truco con la bola blanca.

     Primero la engulló y después empezó a hacerla bajar por su garganta. Todos empezaron a aplaudir y uno de ellos sacó su móvil para grabar un video para testimoniar aquella habilidad tan circense. Pero cuando la bola empezó su camino de regreso a la boca se quedó atascada. Víctor empezó a empujar con su tráquea todo lo que pudo, pero estaba claro que ni podía expulsar la bola, ni podría aguantar mucho más tiempo con ella en la boca. Empezó a ponerse azul y los espectadores dejaron de aplaudir. Uno de ellos se acercó hasta él y abrió una navaja automática. Pidió ayuda a otros dos moteros para que sujetaran a Víctor que ya estaba sufriendo los efectos de la hipoxia. Su colega le hizo un corte en el cuello a modo de improvisada traqueotomía, pero el corte fue tan transversal que acabó degollándole. Ahí acabó el espectáculo.

     Para cuando llegaron la policía y una ambulancia Víctor ya era un motero más en el cielo de la autopista 66, con ropa de cuero que emanaba un inconfundible olor a gasolina, sus chicas de tetas enormes y un concierto de ZZ Top en un peligroso local. No había funcionado su plan, pero ante la total falta de atención de los camareros y los clientes de aquel bar nuestro protagonista, y actor ocasional, pudo levantarse y marcharse sin mayores problemas para irse hasta un parque en el que tuvo que poner el culo en una fuente para así quitarse la mierda de perro que había chafado.         

miércoles, 16 de marzo de 2011

Cap. 1: Esto que estás leyendo es lo que hay

     
     Según él, no le dieron el trabajo que buscaba únicamente por ser honesto, por ir siempre de frente. "No da el perfil" le dijeron tras la entrevista laboral. Así que se dirigió al bar más próximo y se sentó en una soleada terraza a pensar en lo que haría a continuación. Había llegado a una situación crítica en su vida. Un punto en el que el pasado ya no importa debido a que no se tiene futuro. Resultaba curioso para él reflexionar en el presente sobre lo que quizá no ocurriese nunca o demasiado tarde. Ese era el momento actual en el que los tiempos verbales de las acciones pretéritas y las que están por venir se mezclaron en su cabeza hasta causarle una gigantesca confusión en forma de la madre de todas las migrañas.

     Bueno, quizá el haberse bebido una botella de whisky de una marca más preocupada por el marketing que por la calidad de su bebida también explicara su cefalea. El caso es que la borrachera unida a un hedor insoportable y de procedencia desconocida, más el ruido de los coches que pitaban inutilmente con la vana esperanza de destascar el atasco de la hora de la comida, las conversaciones a gritos de las mesas de alrededor, un sol de justicia que le daba de pleno en la cara y otra ronda de chupitos de tequila, que no estaba seguro de poder pagar, no hicieron más que disparar la sensación de agobio que sentía. La incomodidad creciente se estaba convirtiendo en ansiedad. Una violenta ansiedad. Los planes para retomar las riendas de su vida debían ahora esperar a su desbocada lucha por ahogar las penas. Las penas estaban nadando rebozadas en alcohol barato y amenzaban con llegar a la poco aconsejable Playa Factura. 

     Y eso sin duda eran malas noticias. Muy malas, aunque serían peores para el dueño del bar cuando comprobara que su etílico cliente no tenía, ni de lejos, el dinero suficiente para hacer frente a la cada vez más abultada cuenta. Pero al tiempo que ahogaba un eructo en un disimulado reflujo cuyo riqueza en etanol hubiera servido para recorrer 100 kilómetros con un coche ecológico, tuvo una idea sobre como podía salir de esa incómoda e insolvente situación: Fingir un desmayo y huir en una ambulancia. Más que un plan de fuga parecía un traslado del marrón. Escapar del bar para tratar de escapar de una ambulancia o del servicio de urgencias. "Bueno, seguro que estarán más calmados en Urgencias ya que ellos no pretenderán cobrarme", pensó justo antes de dejarse caer a la hirviente acera con tan mala fortuna que su cadera aplastó lo que debía ser una mierda de perro pero que en realidad tenía el tamaño de la deposición de un caballo.

     Desde el suelo, tirado en posición fetal, descubrió la causa del hedor que tanto le molestaba, pero metido en su papel de tipo-que-pierde-el-sentido-y-no-puede-moverse tuvo que quedarse quieto. Se quejó amargamente en silencio por su mala suerte sin fin. 


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