Al día siguiente un abogado y su ayudante se presentaron en su casa. Le expuso la conveniencia de que el incidente del placaje del escolta no fuera más allá de una simple anécdota. Germán no prestó mucha atención al largo y monótono discurso que le estaba soltando aquel abogado vestido con un impoluto traje de Versace que escondía su anodino rostro tras unas gruesas lentes montadas en una estructura de titanio en la que resultaba evidente que se habían esforzado para que se pudiera leer Gucci a la altura de ambas patillas.
El hecho de que el inquilino de la vivienda estuviera abotargado por la ingestión de alcohol barato mezclado con una ración de compuestos químicos automedicados no ayudaba mucho a la hora de prestar atención. Ni siquiera se preguntó cómo demonios habían dado con la dirección de su casa.
Cuando el letrado acabó con su perorata miró a su joven lacayo quien presto abrió un maletín y sacó unos papeles y un bolígrafo que colocó orientados hacia Germán. En el documento se describía un acuerdo de confidencialidad por el que el firmante se comprometía a no hablar más del asunto del escota del candidato a presidente autonómico por ningún medio de comunicación habido o por haber. A cambio el representante del candidato no le denunciaría por saltarse un perímetro de seguridad en un acto de campaña electoral y además, en su bendita generosidad, le financiarían la compra de unas nuevas gafas. El lacayo deslizó una tarjeta de visita con el nombre y dirección de una óptica del centro en la que debía acudir a recoger sus nuevas gafas. Incluso en su comatoso estado Germán comprendió lo de las gafas nuevas y gratis, así que firmó allí donde le pusieron la mano. Un largo historial de costosas gafas rotas por todos los motivos imaginables le había enseñado que no se puede despreciar a la ligera una oferta como aquella.
Cuando las ondas alfas de sus escasas neuronas y su capacidad de habla recuperaron cierta capacidad de uso llamó a José María para acordar el plan de rodaje del día siguiente. Tenían que grabar una escena erótica para la cual habían decidido utilizar una cámara oculta. No tenían un actor que interpretara el papel de político adicto al sexo de pago. Así que, a sugerencia de Fanny, grabarían a uno de sus clientes que acudía al hotel que se encontraba enfrente del recinto ferial. El hotel contaba con una vieja tradición de punto de encuentro entre prostitutas y aquellos señores que acudían a certámenes y congresos en la feria. Para su filme solo necesitaban alguien trajeado dispuesto a realizar prácticas sadomasoquistas lo más salvajes posible. Fanny llevaría su maleta con el kit completo de disfraces de cuero y artilugios eróticos. José María, que se negó a encerrarse en el armario para grabar, preparó una caja de zapatos en la que insertar el móvil y que éste quedara fijo y dispuesto para registrar la faena a través de una rendija. Le explicó a Fanny como encender y apagar el modo vídeo del Nokia X6 y todos esperaron que de aquella operación de cutre-espionaje saliera algo de metraje aceptable.
A la mañana siguiente Germán bajó del tranvía aliviado por no haberse encontrado a ningún interventor. Buscó la habitación 23 y llamó a la puerta. Ésta se abrió solo unos centímetros y Fanny, con un ojo derecho que empezaba a amoratarse le dijo que le esperara en la recepción del hotel. Poco después vio bajar a un hombre de cuarenta y tantos que se ajustaba la corbata mientras caminaba hacia la salida, a paso ligero, y sin mantener contacto visual con nadie que se cruzara en su camino. Poco después pareció Fanny y antes de que Germán le pudiera hablar le contestó que “No es para tanto. A algunos les gusta contratar el especial de la casa en el que pueden sacar la mano a pasear”. Germán sintió un escalofrío que le recorrió toda la espalda al vislumbrar el tipo de vida con el que tenía que lidiar Fanny. También recordó instintivamente al cabrón de Kastriot y de pronto no pudo pensar en otra cosa que no fuera que necesitaba una (o varias) cerveza(s).
Más tarde llegó a la tienda de juegos de rol de José María y allí se encontró con Freddy que aún seguía de mal humor por los pisotones que se llevó tras la avalancha humana. Germán fingió interesarse por las quejas del erasmus escocés y luego se fue a casa de éste para visionar el material grabado la noche anterior. Freddy se lamentó de la escasez de recursos al disponer solo de un plano fijo. No había mucho donde elegir y además los dos improvisados actores no hacían más que entrar y salir del plano continuamente. “Piensa en que esto es hiperrealista. Es un documental de ficción, como Gran Hermano de Orwell, pero con contenido”, le comentó Germán justo en el instante que vieron claramente cómo se producía una felación de lo más explícita. “Creo que es demasiado evidente como para incluirla en el filme”, señaló Freddy. “Tonterías. Esto es justamente lo que necesitamos para que se hable de la película. Queremos que sea una obra de culto”, respondió Germán.
La escena pornográfica se veía con toda claridad pese a la deficiente luz y a la distancia de sus protagonistas. Pero no había ninguna duda de que aquel cuarentón trajeado se la estaba chupando a un bien dotado travestí vestido de Cat Woman.
1 comentarios:
¿Van a secuestrar a algún político? Porque estaría bien...
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