Fanny subió la persiana de la tienda de juegos de rol con una facilidad que asombró a José María. A él le costaba varios saltos hacerla subir del todo hasta quedarse enrollada en la parte superior pero a ella le bastó con ponerse de puntillas. Ya dentro, José María imprimió una copia del guión escrito por Germán y se lo dio a Fanny. Y ésta esperó tomando un café de máquina hasta que llegó Germán para irse a hacer una visita al empresario albanés y potencial productor de la película.
José María disfrutó de la tranquilidad de quedarse solo en su tienda y esperó a que el tal Harry apareciese para ofrecerle ser el montador de la película. Su experiencia como cortometrajista les sería de gran utilidad. A las dos horas llegó el tal Harry con sus perros (en esta ocasión eran los habituales: dos perdigueros y un viejo pastor alemán que se pasaba el día lloriqueando. Pero había una novedad: un cocker spaniel inglés marrón de una apariencia tan lustrosa que rompía la armonía estética del perroflauta escocés y su troupe. Tras una breve charla José María descubrió que el tal Harry se llamaba en realidad Freddy Newendyke. Al menos sí que era escocés pero la gente empezó a llamarle Harry por sus gafas redondas, estilo John Lennon, y a él no le importó lo más mínimo. También era cierto que había rodado un par de cortos, aunque para ser exactos, se trataba de video-arte. Una disciplina en la que entender algo es tan complicado como explicar a un gorila, con el lenguaje marino de banderas, en qué consiste la mecánica cuántica. Pero bastaba. Tenía un programa de edición y realizaría un montaje mientras hubiera un tetrabrick de vino aderezado con cocacola a mano.
Por su parte, Germán y Fanny llegaron a una urbanización después de un largo paseo desde el autobús metropolitano que les dejó fuera de la ciudad. En la puerta de un lujoso chalé encontraron una cabina de cristal que no permitía ver en su interior. Fanny le dijo a Germán que aquello era como un aeropuerto americano: Había que esperar a ser cacheado. De la cabina surgió un gigantón polaco vestido totalmente de negro cuyos extraordinarios bíceps eran inversamente proporcionales al tamaño de sus gónadas. Anabolizantes y esteroides aparte, su misión era no dejar entrar (o salir) a nadie sin la autorización del dueño del chalé. Germán no pudo comprobar si Fanny era ya toda una mujer ya que pasaron de uno en uno por la cabina y él fue la primera víctima del metódico cacheo. El matón no se andó con remilgos y tras equiparse con unos guantes de látex y una linterna pegada a una cinta para el pelo escudriñó los rincones más oscuros de la anatomía de Germán. Éste pensó que haberse duchado ésa misma mañana simplificaría el trámite, pero no fue así.
También hubiese deseado no haber llevado encima un par de porros de marihuana que detectó un nervioso pit bull que se fue directo a morder sus nalgas. Una vez pudo quitárselo de encima, y comprobado que le había agujereado los pantalones hasta que sus colmillos le ensangrentaron el trasero, estaba listo para salir de la cabina. El gigantón le dio una venda de segunda mano y Germán se la puso de mala manera. Le dijeron que esperara fuera y cinco minutos después salió Fanny. Si hubiera tenido el dinero necesario se habría marchado en un taxi con destino al servicio de urgencias más cercano, pero ya era demasiado tarde. Esperó a que Fanny se limpiara la boca con un pañuelo y caminaron hacia la entrada del chalé.
- Contigo han tardado poco –dijo Germán.
- Es un trámite rápido cuando ya sabes hacerlo.
- ¿No te deja un mal sabor de boca?
- Si te gusta una, te gustan todas –zanjó la profesional del amor de pago.
Pasaron a un espacioso living room de estilo heterodoxo. Estaba decorada por un número excesivo de objetos de arte que diferían en gran manera de estilo y procedencia, lo que no era de extrañar ya que cada uno había pertenecido anteriormente a un propietario distinto que se había quedado sin ellos contra su voluntad. Tras hacerle esperar unos diez minutos apareció Kastriot Novoselic, quien se presentó como un hombre de negocios albanés de 55 años. Era como una caricatura de Stalin con su pelo negro y frondoso peinado hacia atrás y un poblado bigote cuya misión era ocultar su boca o distraer la atención de una cicatriz que le cruzaba la nariz de arriba a abajo. Novoselic escuchó divertido las explicaciones de Germán sobre el tipo de película y la forma en la que pretendía rodar. Se mostró interesado por la idea de mezcla de realismo casi documental y pura ficción. Germán hizo una pausa en su discurso para convencer al potencial productor para ir al baño y comprobar que la sangría culera se había detenido. Y volvió a la habitación dispuesto a poner su cifra en unas cantidades concretas: Un millón de euros. Era una cifra redonda y preciosa al oído. Podría regatear a la baja y seguiría siendo buena. Devolvería 900.000 euros a su dueño y él tendría para hacer su película. Novoselic tendría sus facturas y él su salvavidas económico. Si la película funcionaba el traficante se quedaría con el 90 por ciento de lo que diera de sí. Germán hizo su propuesta y el empresario albanés estuvo escuchándole hasta que decidió que ya se había cansado de escuchar sandeces.
- Está bien. Podemos hacer negocios -dijo Kastriot con una voz tan suave que cualquiera que la escuchara sabía que era la de una persona que no debía levantar la voz para imponerse a quienes estaban a su alrededor-. Solo necesito una prueba de que no eres un policía. Debo saber que eres una persona de confianza. Debes hacerme una mamada.
- …Muy bueno… Por un momento me has asustado. Creía que hablabas en serio, pero evidentemente un gran hombre de negocios no va pidiendo sexo oral por ahí… -alcanzó a responder Germán.
Novoselic dio un paso hacia él y se desabrochó el primer botón del pantalón. El órdago seguía ahí para el estremecimiento de Germán.
- No estoy bromeando. No te conozco y debes ganarte mi confianza de alguna manera.
- ¿Y no te basta con Fanny? Tengo entendido que es una maestra en el arte de dar placer.
- Ya se la ha hecho al de la garita y no voy a hacer negocios con ella, sino contigo –contestó el albanés desabrochándose el resto de botones del pantalón y dando un segundo paso hacia Germán que se hundía cada vez más en un blando sofá de cuero rojo con la forma de unos grandes labios-. Debes mostrar tu total sumisión para que entres en mi círculo de confianza.
Germán tenía dos opciones: Intentar salir de allí sin el dinero o salir de allí con el dinero y habiendo degustado el zumo de Novoselic. Le aterró pensar que quizá iba a ser forzado a realizar una mamada y la cuestión residía en qué iba a sacar por ello. ‘A Novoselic no se le dice que no nunca, y menos en su casa’ recordó que le había advertido Fanny. Ojalá fuera una broma llevada al límite. Una prueba de fuego para comprobar su integridad pensó. Pero él era un don Nadie. Nadie iba a comprobar nada de él.
Novoselic dio un paso más y se puso a 15 centímetros de un tembloroso Germán.
- Señor Yobra-Heimlich, ésta es la mamada del millón de euros.
Y el nudo que tenía en la garganta se deshizo a base de embestidas.