Eres tú quien está leyendo esta frase ahora mismo. Es tu voz la que suena en tu cabeza mientras dudas en si vale la pena seguir leyendo estas palabras que no parecen decir nada. Pero sientes curiosidad por saber si te llevará a alguna parte, a otro lugar en el que no hayas estado nunca o quizá ya no recuerdes. En definitiva, a no perder el tiempo. Levanta la mirada y observa a tu alrededor. No, de verdad, hazlo. Bien, ahora que te has dado cuenta de que has obedecido a unas letras que brillan en tu pantalla ya estás preparad@ para seguir leyendo...

lunes, 25 de abril de 2011

Cap. 9: Un mal sabor de boca


     Fanny subió la persiana de la tienda de juegos de rol con una facilidad que asombró a José María. A él le costaba varios saltos hacerla subir del todo hasta quedarse enrollada en la parte superior pero a ella le bastó con ponerse de puntillas. Ya dentro, José María imprimió una copia del guión escrito por Germán y se lo dio a Fanny. Y ésta esperó tomando un café de máquina hasta que llegó Germán para irse a hacer una visita al empresario albanés y potencial productor de la película.
      
     José María disfrutó de la tranquilidad de quedarse solo en su tienda y esperó a que el tal Harry apareciese para ofrecerle ser el montador de la película. Su experiencia como cortometrajista les sería de gran utilidad.  A las dos horas llegó el tal Harry con sus perros (en esta ocasión eran los habituales: dos perdigueros y un viejo pastor alemán que se pasaba el día lloriqueando. Pero había una novedad: un cocker spaniel inglés marrón de una apariencia tan lustrosa que rompía la armonía estética del perroflauta escocés y su troupe. Tras una breve charla José María descubrió que el tal Harry se llamaba en realidad Freddy Newendyke. Al menos sí que era escocés pero la gente empezó a llamarle Harry por sus gafas redondas, estilo John Lennon, y a él no le importó lo más mínimo. También era cierto que había rodado un par de cortos, aunque para ser exactos, se trataba de video-arte. Una disciplina en la que entender algo es tan complicado como explicar a un gorila, con el lenguaje marino de banderas, en qué consiste la mecánica cuántica. Pero bastaba. Tenía un programa de edición y realizaría un montaje mientras hubiera un tetrabrick de vino aderezado con cocacola a mano.  
    
     Por su parte, Germán y Fanny llegaron a una urbanización después de un largo paseo desde el autobús metropolitano que les dejó fuera de la ciudad. En la puerta de un lujoso chalé encontraron una cabina de cristal que no permitía ver en su interior. Fanny le dijo a Germán que aquello era como un aeropuerto americano: Había que esperar a ser cacheado. De la cabina surgió un gigantón polaco vestido totalmente de negro cuyos extraordinarios bíceps eran inversamente proporcionales al tamaño de sus gónadas. Anabolizantes y esteroides aparte, su misión era no dejar entrar (o salir) a nadie sin la autorización del dueño del chalé. Germán no pudo comprobar si Fanny era ya toda una mujer ya que pasaron de uno en uno por la cabina y él fue la primera víctima del metódico cacheo. El matón no se andó con remilgos y tras equiparse con unos guantes de látex y una linterna pegada a una cinta para el pelo escudriñó los rincones más oscuros de la anatomía de Germán. Éste pensó que haberse duchado ésa misma mañana simplificaría el trámite, pero no fue así.
      
     También hubiese deseado no haber llevado encima un par de porros de marihuana que detectó un nervioso pit bull que se fue directo a morder sus nalgas. Una vez pudo quitárselo de encima, y comprobado que le había agujereado los pantalones hasta que sus colmillos le ensangrentaron el trasero, estaba listo para salir de la cabina. El gigantón le dio una venda de segunda mano y Germán se la puso de mala manera. Le dijeron que esperara fuera y cinco minutos después salió Fanny. Si hubiera tenido el dinero necesario se habría marchado en un taxi con destino al servicio de urgencias más cercano, pero ya era demasiado tarde. Esperó a que Fanny se limpiara la boca con un pañuelo y caminaron hacia la entrada del chalé.

- Contigo han tardado poco –dijo Germán.
- Es un trámite rápido cuando ya sabes hacerlo.
- ¿No te deja un mal sabor de boca?
- Si te gusta una, te gustan todas –zanjó la profesional del amor de pago.

     Pasaron a un espacioso living room de estilo heterodoxo. Estaba decorada por un número excesivo de objetos de arte que diferían en gran manera de estilo y procedencia, lo que no era de extrañar ya que cada uno había pertenecido anteriormente a un propietario distinto que se había quedado sin ellos contra su voluntad. Tras hacerle esperar unos diez minutos apareció Kastriot Novoselic, quien se presentó como un hombre de negocios albanés de 55 años. Era como una caricatura de Stalin con su pelo negro y frondoso peinado hacia atrás y un poblado bigote cuya misión era ocultar su boca o distraer la atención de una cicatriz que le cruzaba la nariz de arriba a abajo. Novoselic escuchó divertido las explicaciones de Germán sobre el tipo de película y la forma en la que pretendía rodar. Se mostró interesado por la idea de mezcla de realismo casi documental y pura ficción. Germán hizo una pausa en su discurso para convencer al potencial productor para ir al baño y comprobar que la sangría culera se había detenido. Y volvió a la habitación dispuesto a poner su cifra en unas cantidades concretas: Un millón de euros. Era una cifra redonda y preciosa al oído. Podría regatear a la baja y seguiría siendo buena. Devolvería 900.000 euros a su dueño y él tendría para hacer su película. Novoselic tendría sus facturas y él su salvavidas económico. Si la película funcionaba el traficante se quedaría con el 90 por ciento de lo que diera de sí. Germán hizo su propuesta y el empresario albanés estuvo escuchándole hasta que decidió que ya se había cansado de escuchar sandeces.
- Está bien. Podemos hacer negocios  -dijo Kastriot con una voz tan suave que cualquiera que la escuchara sabía que era la de una persona que no debía levantar la voz para imponerse a quienes estaban a su alrededor-. Solo necesito una prueba de que no eres un policía. Debo saber que eres una persona de confianza. Debes hacerme una mamada.
- …Muy bueno… Por un momento me has asustado. Creía que hablabas en serio, pero evidentemente un gran hombre de negocios no va pidiendo sexo oral por ahí… -alcanzó a responder Germán.
      
     Novoselic dio un paso hacia él y se desabrochó el primer botón del pantalón. El órdago seguía ahí para el estremecimiento de Germán.
- No estoy bromeando. No te conozco y debes ganarte mi confianza de alguna manera.
- ¿Y no te basta con Fanny? Tengo entendido que es una maestra en el arte de dar placer.
- Ya se la ha hecho al de la garita y no voy a hacer negocios con ella, sino contigo –contestó el albanés desabrochándose el resto de botones del pantalón y dando un segundo paso hacia Germán que se hundía cada vez más en un blando sofá de cuero rojo con la forma de unos grandes labios-. Debes mostrar tu total sumisión para que entres en mi círculo de confianza.

     Germán tenía dos opciones: Intentar salir de allí sin el dinero o salir de allí con el dinero y habiendo degustado el zumo de Novoselic. Le aterró pensar que quizá iba a ser forzado a realizar una mamada y la cuestión residía en qué iba a sacar por ello. ‘A Novoselic no se le dice que no nunca, y menos en su casa’ recordó que le había advertido Fanny. Ojalá fuera una broma llevada al límite. Una prueba de fuego para comprobar su integridad pensó. Pero él era un don Nadie. Nadie iba a comprobar nada de él.

     Novoselic dio un paso más y se puso a 15 centímetros de un tembloroso Germán.
- Señor Yobra-Heimlich, ésta es la mamada del millón de euros.

     Y el nudo que tenía en la garganta se deshizo a base de embestidas.

sábado, 16 de abril de 2011

Cap. 8: El dinero es lo primero

    
     
     Ella se quedó mirando los cientos de figuritas que llenaban las estanterías. Estaban ordenadas por colecciones (Edad Media, Segunda Guerra Mundial, superhéroes, manga...) y meticulosamente limpias lo que le debía llevar un buen tiempo de limpieza semanal. Se mantuvo el silencio entre los tres, mientras tanto ella aprovechó para evaluar a la extraña pareja: Un tipo alto y gafapasta con una desgastada gabardina gris que le había abordado una hora antes en la calle y otro pequeñito, gordito, de cabello rizado con unas buenas entradas, con una camisa de manga larga, una camiseta debajo y con unos calzoncillos boxer de Superman sentado enfrente de una enorme tele que le empequeñecía aún más, con una extraña expresión en su cara que encerraba un debate interno: ¿quedarse allí fingiendo ser invisible o salir corriendo? 

     Acabada la cerveza, el barbudo gafapasta se dio cuenta de que ella no se iba a presentar, por lo que su plan para averiguar su nombre sin tener que preguntárselo había fallado. De tal manera se puso en pie e hizo las presentaciones. 

- Este ser silencioso que ves aquí es José María Pérez, mi socio y colaborador en el filme que vamos a producir. Y por cierto, en un lapsus imperdonable cuando nos hemos conocido en la calle, no te he preguntado tu nombre…
- Me llaman Fanny, por Fanny Pelopaja.
- Supongo que es un nombre artístico…
- Es una película de Vicente Aranda de 1984, ambientada en Barcelona, en la que una ex-presidiaria busca venganza por la muerte de su novio a manos de un policía corrupto –interrumpió José María de forma inconsciente.
- Puedes hacerle caso, es una enciclopedia con patas, aunque cortas, del cine de los 80.
- Sí, ya sé que es una peli. Me lo pusieron las compañeras por mi hábil juego de muñeca. Todo el mundo me llama Fanny. Y para conocernos mejor, creo que me podrías decir tu nombre.
- Soy Germán Yobra-Heimlich…
- ¿Estás de broma?
- No, ¿Por qué?
- Bueno no sé si decírtelo pero basta con hacer un cursillo de primeros auxilios para saberlo. Vale, no importa, has despertado mi curiosidad con lo de la película y quería saber qué se os ha pasado por esas cabecitas y qué tengo que ver yo con todo esto… -explicó Fanny convencida de que o bien estaba frente a dos fenómenos o frente a dos tarados.
- De momento tenemos un guión, un editor, un cámara, un director que soy yo, y faltan algunos actores pero lo bueno de este proyecto es que muchos de los protagonistas van a ser  personas reales. Los políticos de nuestra película son los políticos de verdad. ¿Cómo es posible? Pues porque ellos mismos no lo van a saber. Será como grabar un documental, realizaremos nuestra performance ante ellos como invitados especiales. Por supuesto, todo tiene que estar bien preparado y ensayado perfectamente ya que todo se grabará en una sola toma. Un plano secuencia para cada escena del filme. Tiene que salir bien a la primera, por eso necesitamos a gente preparada para todo, como tú.
- ¿Y cómo has previsto en el guión lo que van a hacer?
- Eso mismo he dicho yo –intervino José María.
- ¿Has escrito lo que va a pasar? –preguntó de nuevo Fanny.
- Eso también lo he preguntado antes –señaló de nuevo José María.
- Aunque imagino cual va a ser su reacción no puedo estar seguro del todo. Nadie lo puede estar, por eso he dejado algunas líneas en blanco. Pero el truco está en que la última frase siempre la diga alguno de nuestros actores.
- ¿Qué actores tenéis?
- Esa es otra. No tiene ninguno… -indicó José María.
- No, ninguno todavía, el guión definitivo (y el único que ha habido) estuvo listo ayer así que no ha habido ningún casting, pero tú puedes ser la primera en subirse al proyecto. Yo mismo he pensado que podía aparecer como el empresario sin escrúpulos…
- Y no le costaría nada meterse en el personaje –añadió José María.

     A continuación Germán le explicó las malas noticias a Fanny. Nadie cobraría nada ya que todo el miniequipo de producción acordaría cobrar un porcentaje de los futuros ingresos que obtuviera la película. Su argumento era el de la tesis George Lucas. El padre de Star Wars se reservó la explotación del merchandising de su saga espacial. Y a base de muñequitos y juguetes ha sabido crear una enorme fuente de ingresos. Él pensaba hacer lo mismo pero con la venta de videos, camisetas y todo lo que se le ocurriese una vez la película se convirtiera en una obra de culto. Y estaba convencido de que así iba a suceder porque era una propuesta que a nadie se le había ocurrido antes. Y también porque no se le había ocurrido ninguna idea más sensata. Fanny se sentó en un sofá de dos plazas y pensó que ya era demasiado mayor para que la engatusaran con cuentos, pero súbitamente decidió que también empezaba a ser demasiado mayor para hacer la calle. La crisis había traído más competencia, más negras, más sudamericanas y más chicas del Este, con menos años y que tiraban los precios por tierra. También reflexionó sobre lo cruel que sería que esos dos frikis lograran hacer una película de éxito y la oportunidad hubiera pasado delante de ella sin decidirse a agarrarla con todas sus fuerzas. Lo que le acabó de convencer es que a ese par de personajes no les había importado en absoluto que un travestí tuviera un papel protagonista en su película. Acostumbrada al rechazo, Fanny agradeció su falta de prejuicios. Se puso de pié y por primera vez empezó a hablar como alguien que ya estaba dentro del alocado proyecto.

- Necesitamos a alguien que ponga los cuartos.
- ¿Un productor? –preguntó Germán hurgando su descuidada barba.
- Alguien que ponga la pasta y nos permita dedicarnos a la película sin preocuparnos por el dinerito para ir al bar a comer…
- Y que se ocupe de distribuirla, llevarla a los festivales, la publicidad y las salas de cine –añadió con pesimismo José María.
- ¿Podéis hacer facturas? –preguntó Fanny.
- ¿Necesitas una? –contestó Germán.
- No, yo no, pero conozco un hombre de negocios albano que siempre anda pidiendo facturas a todas las chicas que visitan sus muchachos. También compra lotería premiada y cualquier cosa que le hagan un ticket.
- Un tipo obsesionado por la contabilidad… -dijo José María.
- No, más bien obsesionado con el blanqueo de dinero… -explicó Fanny.
- No es mala idea, el dinero siempre huele mal, venga de donde venga. Así que lo mejor es que no tengamos prejuicios sobre su procedencia. También los bancos invierten en bonos basura o el tráfico de armas o drogas. Todos los negocios son negocios.
    Hablaron durante un rato más y acordaron que al día siguiente Fanny y Germán irían venderle la película al empresario albano. José María le plantearía a Harry, el perroflauta escocés, si quería ser el montador de la película y al mediodía se contarían cómo les había ido.  

martes, 12 de abril de 2011

Cap. 7: Dos son compañía…



     Subió al quinto piso maldiciendo a José María por no tener ascensor. En su edificio tampoco había pero, en su opinión, no era culpa suya. Era la consecuencia de ocupar la casa de su abuela Carmen mientras esperaba heredarla algún día. La situación se había enquistado. Por un lado sus padres gozaban de una salud de hierro y por otra el banco les había metido en la cabeza la idea de recibir mensualmente un dinero por el pisito a cambio de que cuando el matrimonio pasara a mejor vida fuera el banco el que se hiciera con la casa. Así son las entidades financieras, los mejores amigos que las personas solventes pueden tener.
    
     Entró jadeando y notando como las gotas de sudor se precipitaban desde su nuca hasta el final de un oscuro tobogán situado más al sur de su espalda. La transpiración arrugaba su rostro mostrando un aspecto aún más rastrero, pero no le importó nada más que empujar la puerta que ya estaba abierta y dirigirse a la cocina sin mediar palabra. De regreso de la nevera armado con una cerveza, un trozo de salchichón y un mendrugo de pan se encontró con José María pendiente de la pantalla de un mastodóntico televisor de 50 pulgadas. “Puto rol, siempre andas con la misma mierda. En vez de estar jugando todo el día sería mejor que te fueras al teatro y vieses a gente real”, le dijo. “No es lo mismo, ni remotamente mejor. ¿Para qué ver otra adaptación de Shakespeare? ¿Otra tragedia griega? Aquí el protagonista soy yo, es una aventura gráfica en primera persona. Lo último en 3D”, le contestó.
      
     Una vez habían iniciado su particular presentación, empezó a detallarle su idea sobre cómo iban a hacer la película. José María seguía mirando los progresos de su personaje mientras daba órdenes a su escuadrón de combate ruso a través de un auricular de manos libres que tenía enquistado en su grasienta oreja derecha. En una de las pausas de la conversación para continuar con su misión de la invasión nazi de Moscú se dio cuenta de un grueso detalle que se le había pasado por alto. Le puso al día de sus ‘negociaciones’ para ‘contratar’ a una ‘actriz’ y José María se vio obligado a darle al pause. Giró su redondo cráneo por primera vez en un par de horas y le dijo seriamente: “Pero ¿Por qué demonios le has dado mi dirección y número de teléfono a una puta callejera? ¿Se puede saber en qué estabas pensando?”. Le habló de sus cualidades físicas obviando el detalle de sus presuntos genitales masculinos para no asustarle. Si los tenía iba a ser un problema a la hora de grabar las escenas de cama. Pero tenía un buen par de tetas, y eso debía ser suficiente. Siempre podemos sacarle de espaldas, quizá tenga un buen trasero, pensó. Pero entonces fue consciente de que no le había preguntado su nombre… …Quizá fuera mejor así. Nadie recuerda el verdadero nombre de Marilyn Monroe, (esto no va por los lectores más sabiondos, ni por la asociación de fans de Norma Jeane Baker) así que ellos mismos podían buscarle un pegadizo nombre artístico. “Nancy Potter”, propuso José María aún enfadado por violar el secreto de su guarida.

     Un par de silenciosos minutos después José María volvió a su lucha con los defensores del proletariado en la Playstation mientras su amigo se dirigió de nuevo a la cocina. Comprobó de nuevo que la nevera estaba llena de comidas precocinadas y barritas energéticas. Se conformó con una botella de tintorro peleón que estaba a medias y decidió que no iba a necesitar un vaso. A su regreso, José María le comentó que en la (su) tienda de juegos de rol solía acudir un joven Erasmus o algo así. Un tal Harry No-sé-qué, al parecer era un estudiante escocés que siempre iba con una sudadera roída, pantalón corto y sandalias, varios piercings, tres sucias rastas, además de dos o tres perros igual de famélicos que él a los que siempre se veía obligado a sacar de la tienda. “Habla un inglés muy raro, (‘tan raro como el tuyo’, guardó para sí su amigo), pero me dijo que estudia cine o ha hecho un corto que creo que han premiado en alguna parte”, le dijo mientras subía a un campanario para que su francotirador tuviera una mejor ubicación. “¡Es perfecto!”, Dijo mientras apuraba el vino. “Queda con él lo antes posible porque igual ya tenemos editor o montador… Por cierto enséñame tu teléfono a ver qué tal graba video”, le dijo en tono conciliador. José María le señaló con el dedo índice una cesta de mimbre en el que se encontraban el mando de la televisión, del DVD, del Blu ray, del equipo de sonido, del aire acondicionado, del Digital plus, del sintonizador de TDT, el segundo mando de la Playstation, una tarjeta de memoria, un teléfono inalámbrico, dos pendrives (uno con la forma de Darth Vader y otro con la del coche de Batman) y un teléfono móvil.

 - Es un Nokia X6, con 16 Gigas de memoria y una cámara de 5 megapíxeles con óptica de Carl Zeiss – le indicó mientras su cara se iluminaba con los resplandecientes destellos amarillentos y ocres que salían de su pantalla led, mientras desconocía que toda aquella información sobre el teléfono no le servía de nada a su desactualizado interlocutor.
- Pero se puede grabar vídeo con esto, ¿no?
- Sí, se puede –contestó lacónicamente mientras su interlocutor le daba vueltas al aparato que iba a sacarle de la ruina con el mismo interés que un chimpancé escrutaría la utilidad de un tanga.

    
- ¿Esperabas a alguien esta noche?
- No, a nadie –dijo José María.
- Entonces es ella.

martes, 5 de abril de 2011

Cap. 6: Una mujer entre un millón

 
      
     Se pegó a la espalda de la anciana que le precedía e imitó el paso con el mismo pie. Como en una coreografía ensayada durante años, ambos cruzaron por delante de la máquina sin que ésta sospechara el engaño. Metro y medio después del ritual desacompasaron sus andares y bajó la escalera hasta perderse en el desorganizado grupo de personas que esperaban detrás de la línea amarilla. Miró el cartel con luces rojas y esperó ocho minutos hasta subirse en un vagón lleno de calor humano que le llevaría a la periferia sureste de la ciudad. Al salir al aire libre, ya con la certeza de que no iba a encontrarse a ningún interventor, salió del vagón con una idea, como no podía ser de otra manera, estrafalaria.

     José María vivía en un viejo piso de una zona marginal. Una de las que el alcalde nunca visitaba ni siquiera cuando hacía un día espléndido e iba acompañado por policías de paisano que en su interior no estaban completamente seguros de lo que harían en el caso de que tuvieran que arriesgar su vida por salvar la de aquella detestable persona de forzada sonrisa. Pero el barrio no estaba desprovisto de atractivo ya que contaba con una rica tradición agrícola, ancestrales danzas y música popular y un saludable estricto sentido de la ley y la justicia. En efecto, en algunos de sus bajos se cultivaba gran parte de la marihuana que consumía el resto del municipio, los hombres desesperados por un polvo rápido revoloteaban junto a las profesionales de la carne humana, las sirenas de la policía y los bomberos animaban las noches de adolescente y pandillera jarana, y los agentes de la ley y los camellos seguían jugando la eterna partida del gato y el ratón con toda la tranquilidad de saber que el tablero de juego que comprendían ésas seis manzanas no se extendería a otra zona de la ciudad en una muy profiláctica medida a favor de la salud pública.

     Él no conocía a muchas mujeres. Y menos actrices. Y José María ni siquiera conocía la forma en la que no sufrir sudores fríos cuando estaba ante alguna fémina. Pero en  aquella pedanía podría tratar de convencer a alguna mujer para que participara en su película. Al fin y al cabo, ¿qué es una prostituta sino una actriz del amor? Y le pillaba de camino al piso de su socio. Fantaseó brevemente con la idea de hacer un cásting, pero desechó tal posibilidad porque pondría en peligro todo el plan. Y el plan era toda su vida. Llegó al final de una calle mal asfaltada en la que nadie se adentraba sin saber adónde se dirigía y escudriñó todas las posibilidades. Escogió a la que le pareció más apta, mejor formada y de movimientos más gráciles y se encaminó hasta ella tejiendo un discurso. Ya delante, vio que era tan alta como él y eso que él era alto. Llevaba un vestido de noche rojo de tirantes cuyo tejido arrugado no ocultaba su excesivo uso. Una chaqueta de falso cuero negra cubría sus hombros pero estaba estratégicamente abierta para mostrar un generoso escote. Era de noche, pero llevaba unas grandes gafas de un degradado marrón. Tenía clase. Toda la clase que se podía permitir. Se detuvo delante de ella, reprimió un primer impulso de preguntar la hora y dar media vuelta, e improvisó una conversación de negocios.

- Buenas noches.
- Buenas noches, guapo –mintió ella.
- Ante todo, quisiera decirte que eres la profesional más bella de toda la calle. Desde que te he visto ya no he podido quitarte la vista de encima.
- Gracias, ¿dónde has aparcado?
- No tengo el coche aquí, he venido andando –explicó con una mueca de sonrisa fallida-, pero no te preocupes porque no nos va a hacer falta. En esta noche tan especial, como otra cualquiera, soy yo el que viene a hacerte una oferta…
- ¿Una oferta que no podré rechazar?
- ¿Hay alguien que no haya visto El Padrino? Bueno, el caso es que recientemente he entrado en el negocio del entretenimiento. Concretamente en el de la industria del cine y me preguntaba si alguna vez has considerado formar parte de él –preguntó de forma tan abierta que era difícil no encontrar una respuesta positiva.
- Sí, claro. ¡Siempre he soñado con ser una chica Almodóvar! –dijo entre risas.
- Pues eso no te lo puedo prometer, pero si tú quieres puedo ofrecerte tu primer papel una película.
- Un tipo sin coche que hace películas, ¡qué raro! No me parece muy normal. ¿Cómo sé que no me estás dando gato por liebre?
- Verás, nuestra película es una producción modesta, esto es el cine español nada de Hollywood, pero tendrías el papel protagonista, una femme fatal. Buscamos a alguien natural, auténtica, y que no tenga miedo a mostrar el lado más vulnerable del alma humana. Las agencias de actores están llenas de jovencitas con coletas o viejas desdentadas, pero las mujeres bellas, valientes y sacrificadas, profesionalmente hablando, como tú, escasean.
- ¿Y de qué va la película?
- Es un thriller político. Una trama sobre el poder, el sexo, las drogas y la corrupción política en una ciudad como ésta en la que cuatro prebostes mueven los hilos en los que bailan millones de personas anónimas. Es como una película de Bigas Luna, pero sin el sexo gratuito, aquí estaría justificado. Tiene la intriga de una de Amenábar o Guy Ritchie pero a la española, Se llama: ‘Senderos de escoria’ –anunció estirando los brazos imitando el gesto empleado en las películas de hace décadas para decir ‘Tu nombre estará escrito en luces de neón’.

     La profesional se quedó muda. No sabía cómo responder a una propuesta tan improbable. Ni siquiera estaba segura de que fuera una oferta real. Por lo que le decía su instinto aquel tipo podía ser un perturbado, una broma con cámara oculta o simplemente un barbudo gafapasta que decía la verdad. Viendo que el silencio se prolongaba, y aquello no era un mal síntoma ya que al menos no le había rechazado de plano, sacó una libretilla amarilla del bolsillo derecho de su roída gabardina y tras pedirle un lápiz, anotó en una hoja la dirección y teléfono de José María, la arrancó y se la dio a la prostituta.

- Voy a estar con mi socio en el proyecto en esta dirección las próximas dos horas. Si te interesa saber más sobre nuestra película puedes pasarte libremente cuando quieras.
- Tal vez lo haga.
- No dudes en hacerlo –respondió mientras comenzaba a marcharse pensando en que las negociaciones no había ido nada mal.
   
     Parecía intrigada y en aquella oscura y fría calle no se veía mucho movimiento de potencial clientela así que tal vez ella deseara buscar otra salida profesional más prometedora. Volvió sobre sus pasos para salir de aquella calle y dirigirse cuatro manzanas al sur hasta la casa de José María cuando oyó desde la otra acera: “Oye gafitas, que si el Paco no te ha gustado quizá busques consuelo con una mujer de verdad”. “¿Quién es Paco?”, preguntó él sospechando que no le iba a encantar la respuesta. La mujer parcialmente desdentada del otro lado de la calle gritó: “El travelo aquel con el que has estado hablando, cariño”.