Eres tú quien está leyendo esta frase ahora mismo. Es tu voz la que suena en tu cabeza mientras dudas en si vale la pena seguir leyendo estas palabras que no parecen decir nada. Pero sientes curiosidad por saber si te llevará a alguna parte, a otro lugar en el que no hayas estado nunca o quizá ya no recuerdes. En definitiva, a no perder el tiempo. Levanta la mirada y observa a tu alrededor. No, de verdad, hazlo. Bien, ahora que te has dado cuenta de que has obedecido a unas letras que brillan en tu pantalla ya estás preparad@ para seguir leyendo...

miércoles, 1 de junio de 2011

Cap. 14: Duro de oído



     Ese domingo de mediados de mayo no se hubiese levantado de la cama por nada del mundo en una semana. La resaca era brutal. Tan fuertemente le martilleaba la cabeza que recurrió al único método que podía contenerla: Seguir bebiendo. Tras la escalofriante visita de Kastriot del día anterior habían decidido que ya que era sábado, y disponían de efectivo, saldrían a celebrarlo por todo lo alto. A la fiesta se les unió Freddy, unos amigos Erasmus de éste de diferentes nacionalidades ávidos por ingerir cualquier sustancia alucinógena regada en alcohol y Fanny quien tras una llamada apareció para explicar que se había visto obligada a llevar al mafioso hasta la casa de José María. Luego desapareció con los amigos de Freddy con los que negoció un precio con descuento para estudiantes.

     El caso es que Germán se levantó de mala gana a la hora de comer pues habían quedado para grabar una escena homenaje de Reservoir Dogs en la que Michael Madsen (el señor rubio) tortura a un policía tras un atraco. Fueron hasta una vieja calle del distrito marítimo en el que los niños jugaban en la calzada mientras los coches esperaban a que les dejasen pasar. Era una calle corriente dentro de un barrio deprimido que en el pasado fue el colorido hogar de los pescadores. En la actualidad sus calles se habían deteriorado y la actividad económica principal era artesanía manufacturada al por menor. La mezcla y distribución de papelinas era la fuente de ingresos de los vecinos más prósperos y la policía evitaba intervenir para no dañar el ecosistema ya que a los políticos locales no les interesaba mover a esa subespecie por miedo a que ocupara otras zonas de la ciudad. Era como esconder la suciedad bajo la alfombra, funciona a corto plazo, pero no es una solución.

     En una esquina de la callejuela encontraron una casa abandonada de dos alturas a la que se le había caído una pared. Freddy conocía la dirección por una sesión de fotos del barrio que había hecho unos meses atrás. La planta baja daba la impresión de ser un almacén por lo que era perfecta para su propósito. Ante la falta de actores para su escena convencieron a dos yonkis para que la interpretaran a cambio de una litrona de cerveza y 10 euros. Tuvieron que convencer a José María para que les dejase una americana, una camisa y una corbata que había llevado como vestuario. Le convencieron cuando vio que nadie, incluido él mismo, quería hacer la escena ni buscar a nadie más. La resaca colectiva no estaba para bromas. Como la ropa le venía pequeña se ajustó las mangas en los codos al estilo ‘Miami Vice’ y su aspecto resultaba aún más pintoresco. No es que se pareciera a Don Johnson después de una mala racha, era más bien el teniente Castillo después de la peor de sus rachas. Las marcas de viruela de la cara daban esa sensación. 
    
    Cuando estuvieron preparados y los yonkis pudieron calmar parte de sus movimientos espasmódicos, se pusieron a rodar. Desde el principio quedó claro que o bien doblaban la conversación o le podrían subtítulo pues ninguno de los dos actores-por-un-día era capaz de recordar lo que tenían que decir. Mientras el yonki-policía secreto interrogaba (más bien torturaba) al yonki-atado a una silla, Germán se preguntaba cuánto tardaría en llegar a casa para tomar algo. Luego llegó el turno del homenaje tarantinesco. El yonki-policía de dio al botón de play de una radio CD y comenzó a sonar una canción de Rocío Jurado en la que la folclórica anunciaba que se le había roto el amor por usarlo descontroladamente. El yonki-poli debía acercar un cutter a la oreja de su compañero de escena, sentarse sobre sus piernas y fingir que le rebanaba la oreja. Pero solo hizo correctamente dos de las tres acciones que debía interpretar. Sus problemas para mantener el pulso y un excesivo celo por parecer realista le llevó a clavar el cutter entre la cabeza y el oído de su amigo que comenzó a chillar histérico mientras su sangre brotaba con la furia de un aspersor. El negruzco torrente sanguíneo salpicó la cara de Freddy que del susto dejó caer el móvil con el que grababa la escena. El yonki torturado no podía soltarse de la silla ya que le habían atado a conciencia para que no se cayera. Nadie se atrevía a moverse por miedo a ser bañado por la sangre del pobre diablo que daba saltos (silla incluida) tratando de liberarse. Germán recogió el teléfono y siguió grabando pensando que si bien el mal ya estaba hecho no estaba de más perder unas imágenes tan impactantes. El yonki-poli finalmente se atrevió a socorrer a su colega y cortó las cuerdas con un segundo cutter mientras su compañero daba vueltas tumbado en el suelo. 

     El yonki se calmó un instante y cogió el cutter que llevaba en su oreja. Con la mano libre estiró ligeramente de su lóbulo al borde de desmayarse de dolor. Tiró del cutter hacia delante pero en un ángulo equivocado que acabó por cercenarle medio oído. Entonces fue cuando perdió el sentido definitivamente. Germán le dio otros diez pavos al yonki matarife para que fueran al hospital más cercano y salió de allí corriendo como ya habían hecho sus compañeros cineastas.

     En otro punto de la ciudad, en una céntrica plaza triangular, el autor de la web en la que había colgado un vídeo con el placaje del escolta a Germán se preparaba para acampar junto a unos amigos. El movimiento reivindicativo 15-M daba sus primeros pasos.

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